Una de las cualidades que debe tener un gobernante es saber interpretar el mandato popular, y darse cuenta de cuáles son los momentos en que deben implementarse los cambios de rumbo.
Por Myriam R. Chávez de Balcedo
Directora del diario Hoy
Se deben dar golpes de timón para poder atravesar la tormenta de la crisis económica que sacude al mundo y que repercute cada vez con más fuerza en nuestra patria. La obstinación extrema de poco sirve a la hora de tener que conducir los destinos de un país: lo que se requiere son actitudes de estadista.
Ninguna de las acciones que emprendió el oficialismo, desde que se conoció su contundente derrota en las elecciones legislativas, parecen indicar que en la Casa Rosada han tomado conciencia de lo que está reclamando la ciudadanía. Siete de cada diez argentinos le dieron la espalda al Gobierno nacional y le dijeron “no” a una forma de hacer política.
Por eso resulta hasta infantil que, con el solo hecho de que Néstor Kirchner haya renunciado a la presidencia del Partido Justicialista, se puedan calmar las aguas.
Lo más preocupante es la total ausencia de autocrítica en el discurso que dio la presidenta Cristina Fernández durante la conferencia de prensa de ayer.
Negó una realidad que resulta incontrastable y sólo intentó relativizar, con números muy poco convincentes, los alcances de la derrota, comparando la elección del domingo con las de 1997 y 1987.
Ni siquiera mostró la más mínima predisposición para adoptar nuevas medidas económicas que posibiliten hacer frente a la recesión, y permitan reactivar el mercado interno y alentar la productividad.
El llamado a la unión nacional, que tanto se necesita para encarar con expectativa un contexto de crisis, brilló por su ausencia.
La Presidenta ni siquiera introducirá cambios inmediatos en el gabinete (más allá de la renuncia de Graciela Ocaña, que era un hecho cantado) para integrar a otros sectores políticos o expertos que puedan aportar soluciones superadoras para los graves flagelos que sufren a diario los ciudadanos.
En estos últimos meses, los Kirchner le tomaron el pelo a la ciudadanía con las candidaturas testimoniales. Y convirtieron una elección legislativa de medio término en un plebiscito de la gestión gubernamental. Pensaron que sólo con el vetusto y arcaico aparato del PJ bonaerense y con los viejos métodos del clientelismo político podían lograr una victoria en su sueño por seguir manejando de forma hegemónica los resortes del poder.
Los Kirchner pasarán a los libros de historia por haber encabezado un gobierno que dilapidó seis años consecutivos de crecimiento económico, a tasas chinas, y no lograron modificar en lo más mínimo la estructura económica y productiva subdesarrollada heredada de los años ‘90. Es más, en muchos aspectos profundizaron las políticas neoliberales, beneficiando a un grupúsculo de empresarios amigos del poder.
En las páginas de este diario, desde hace 16 meses, venimos alertando sobre estas situaciones. Denunciamos con todas las letras los negocios oscuros que escondía la estatización de Aerolíneas Argentinas, como así también el uso discrecional de los fondos de la Anses. También denunciamos la política de entrega de los recursos naturales.
Además, sacamos a la luz que el ánimo revanchista de los Kirchner, luego de su rotundo fracaso en el Congreso con la resolución 125, provocó una crisis casi sin precedentes en el campo, que llevó a que un país, con una tierra rica y que tiene la capacidad de darles de comer a 300 millones de habitantes, esté al borde de tener que importar carne y leche.
El partido de los Kirchner acaba de morir como expresión política, al perder el plebiscito que ellos mismos impulsaron. Pero la oposición no debe mirar para otro lado y tendrá la obligación de asegurar la gobernabilidad, planteando proyectos alternativos viables y buscando consensos con el Poder Ejecutivo. Francisco De Narváez, que hizo una excelente elección en la Provincia, deberá sentarse con el gobernador Daniel Scioli para delinear acuerdos estratégicos. De nada sirven ya los eslóganes con gancho y el merchandising político de la campaña. Si los actores políticos que se vieron fortalecidos por la elección priorizan sus intereses políticos personales de mediano plazo, y no se comprometen con el presente, será el país en su conjunto el que se verá perjudicado. Se avecinan tiempos difíciles, que podrían incluir mayores subas en los precios de la canasta básica y tarifazos, lo que agravaría aún más la situación de pobreza e indigencia.
No todo está perdido. Uno de los aspectos más positivos que dejaron los comicios legislativos no solamente es que habrá mayor pluralidad de voces en el Congreso nacional, y un mayor control de las acciones de gobierno. También se puso sobre la mesa de debate temas que estaban fuera de la agenda de discusión, como la necesidad de redefinir el rol del Estado en el manejo de los recursos naturales y recuperar las empresas nacionales para apuntalar el desarrollo soberano del país. Las posibilidades de cambio están al alcance de la mano. Sólo se requiere decisión política y menos soberbia de parte del Gobierno nacional. Que así sea.